Ciudad
Los edificios tanto como el espacio entre ellos, pero también las personas y sus relaciones, conforman esa realidad compleja a la que el proyecto tiene que contribuir.
No hay estética sin ética. En tanto que arte útil, la arquitectura posee una ineludible responsabilidad cívica y un protagonismo en el ámbito público que obliga al arquitecto a tomar perspectiva de la densa red de intereses y necesidades que concurren en la toma de decisiones colectivas. Asimismo, en un contexto de emergencia climática se precisa un esfuerzo por aprovechar unos recursos cada vez más escasos con la máxima eficiencia. Creemos que la arquitectura no debe ser un mero reflejo de su tiempo, sino un marco de referencia capaz de abanderar las transformaciones que demanda la sociedad.
Los edificios tanto como el espacio entre ellos, pero también las personas y sus relaciones, conforman esa realidad compleja a la que el proyecto tiene que contribuir.
Con la mirada puesta en la utilidad social, la arquitectura debe sacar el máximo partido de los medios con los que cuenta para lograr más con menos.
Sin negar su condición artificial, una obra ha de asimilar los valores intrínsecos de un lugar para posicionarse con sensibilidad en él y potenciar las cualidades del entorno.
Un proyecto es una suerte de predicción. Plantear la solución a un problema siempre es imaginar una realidad alternativa mejor que la existente. Sin embargo, no se trata de presagios de adivinador: un proyecto establece predicciones que se asientan en la investigación científica, las manifestaciones culturales y las aspiraciones ciudadanas; sustento conceptual que no solo permite vislumbrar un escenario lejano, sino que también responde a él con acciones que empiezan a desarrollarse desde el mismo momento de partida. Esta es la lectura que proponemos para cobrar conciencia de cómo se enfrenta nuestra propia actividad a lo que está por venir. El proyecto construye el futuro con herramientas del presente.
La incorporación de avances tecnológicos permite convertir el proyecto en un motor de innovación y emprendimiento con el que superar el rutinario panorama del sector de la construcción.
Las destrezas heredadas de la tradición artesana así como los conocimientos derivados de la interacción con otras disciplinas se conjugan en un proceso abierto y transversal.
Cada paso en el proceso de ideación y construcción va encaminado a responder de la manera más eficiente y responsable frente a los difíciles panoramas económico y medioambiental.
Un proyecto es una suerte de predicción. Plantear la solución a un problema siempre es imaginar una realidad alternativa mejor que la existente. Sin embargo, no se trata de presagios de adivinador: un proyecto establece predicciones que se asientan en la investigación científica, las manifestaciones culturales y las aspiraciones ciudadanas; sustento conceptual que no solo permite vislumbrar un escenario lejano, sino que también responde a él con acciones que empiezan a desarrollarse desde el mismo momento de partida. Esta es la lectura que proponemos para cobrar conciencia de cómo se enfrenta nuestra propia actividad a lo que está por venir. El proyecto construye el futuro con herramientas del presente.
La incorporación de avances tecnológicos permite convertir el proyecto en un motor de innovación y emprendimiento con el que superar el rutinario panorama del sector de la construcción.
Las destrezas heredadas de la tradición artesana así como los conocimientos derivados de la interacción con otras disciplinas se conjugan en un proceso abierto y transversal.
Cada paso en el proceso de ideación y construcción va encaminado a responder de la manera más eficiente y responsable frente a los difíciles panoramas económico y medioambiental.
Proyectar implica, además de anticipar todo, hacerlo simultáneamente. El arquitecto ha de ocuparse de todas las situaciones, barajarlo todo para que en su propuesta converjan todas las vidas posibles. Los programas no son supuestos inamovibles, sino que son un fértil terreno de innovación. Son elementos proyectuales en sí mismos que hacen de la arquitectura una disciplina más compleja e interesante, que replantean la ciudad o la casa desde nuevas ópticas más conectadas con las necesidades de los usuarios. La reflexión programática ha redefinido nuestro papel en el proceso de hacer edificios y nos hace más conscientes de las responsabilidades que la sociedad nos reclama.
Tanto en la definición de planes a gran escala como en encargos menores, es necesaria la inclusión de estrategias que favorezcan desplazamientos más sostenibles y garanticen la accesibilidad para todos.
Para que los edificios sean una celebración colectiva en la que todo el mundo tenga cabida, su concepción tiene que ser un proceso incluyente y atento a las inquietudes de los distintos agentes.
De la esfera pública al ámbito privado, cualquier proyecto puede plantearse como un laboratorio experimental al tiempo que la materialización de las aspiraciones de sus usuarios.
Un edificio es fruto de la interacción de múltiples variables. Pero entre todas ellas, la dimensión técnica es la que permite articular ideas, sensibilidades y materiales en una empresa coherente y viable. Al arquitecto le exige conocimiento y capacidad de obrar, pero lejos de ser una mera herramienta operativa, constituye una base desde la que propiamente proyectar, un campo de prácticas donde experimentar en pos de diseños más ambiciosos, procesos más eficientes y resultados de mayor calidad. Nuestra práctica busca beneficiarse de este aprendizaje para explotar el potencial de los sistemas y las tecnologías a nuestro alcance.
Bajo el prisma de la economía circular, se persigue una construcción que contemple el reciclaje o la transformación de los elementos con cada uso, de modo que se reduzca la producción de residuos.
El material es una elección primordial que busca dotar al proyecto de valor y expresividad, capaz de enriquecer los conceptos formales de partida.
Apostar por una arquitectura sostenible conlleva la adopción de métodos activos y pasivos que permitan reducir la demanda energética sin menoscabo del confort.
A mitad del camino entre la realidad y el deseo, la obra de arquitectura se debe a las lógicas externas tanto como a su autor. Por ello, en el entendimiento del medio físico, socioeconómico y cultural está la razón de ser de nuestro ejercicio: un conocimiento que no impone condiciones paralizantes, sino que contribuye a que una propuesta gane riqueza y se amolde con naturalidad a su lugar y su tiempo. Sin renunciar a una expresión propia, proyectamos con la intención de establecer afinidades con las personas, el patrimonio y el paisaje que nos rodean para que nuestra arquitectura responda con soltura al cambiante mundo actual.
El arquitecto actúa como un mediador entre distintas fuerzas que, sin comprometer los propios principios, debe escuchar activamente para hacer valer sus necesidades.
Las obras no pueden entenderse al margen del lugar que consolidan o modifican con su implantación, pero tampoco fuera del sistema de relaciones sociales y culturales que las vinculan a su tiempo.
La arquitectura no es sino la adaptación de espacios ya existentes y ello exige un diálogo con el pasado que fundamente el proyecto.